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El oficio de tejedor en La Iglesuela del Cid contado por Fernando y Adelaida Puig Izquierdo, ha sido un trabajo eminentemente masculino por el enorme esfuerzo que se requiere hacer con los brazos para laborar con la “lanzadera”, sobre todo si se trabaja en el telar de 2,10 m. Los hijos varones iban aprendiendo “viendo”, comenzando su aprendizaje entre los cinco y los siete años, jugando los hermanos, uno por cada lado del

telar, echándose y devolviéndose la “lanzadera”.

Primero les enseñaban a “pasarla” sin ponerles hilo, luego se les mostraba cómo “pisar las calcas”, después a hacer los “pasaos” del peine con varias tramas..., hasta que a los 14 años trabajaban en firme ayudando a su padre. Las hijas y la madre, en cambio, hacían otros trabajos: hilaban, devanaban, preparaban las canillas, cosían las talegas, costales, alforjas y todas aquellas piezas que debían elaborarse por separado en dos partes y unirlas mediante puntadas.

Se solía trabajar hasta 15 horas diarias aprovechando la luz solar, si bien sus telares se encuentran en un edificio, en el Barrio de las Eras, con tres plantas: en la más baja está instalado el “urdidor” y en las otras los telares “a volante” y otros utensilios para hacer ovillos, canillas, etc.

Los Puig Izquierdo conservan su árbol genealógico que remite a 1746, primera fecha de la que tienen constancia de que un antepasado suyo ya fuera tejedor, oficio que se fue transmitiendo por vía masculina hasta que de la unión de Eusebio Pallarés Gargallo y Joaquina Pallarés solo nacieron dos hijas interrumpiéndose el oficio. Pero una de ellas,

Florencia Pallarés Pallarés, une por matrimonio con la familia Puig, casándose con José Puig García, que no era tejedor, de quien tuvo un hijo, José Puig Pallarés que aprendió, de nuevo, el oficio con su abuelo Eusebio, reiniciándose la tejeduría y manteniéndose hasta la actualidad.